A un Amigo
A un amigo, que se fue un otoño, cuando aún no había llegado su invierno, cuando en sus venas quedaba savia con vida, cuando sus brazos todavía tenían fuerzas para la lucha, cuando en su piel permanecía el color dorado de los soles de veranos no lejanos, cuando en su mente aún quedaban sueños, y entre sus sueños deseos no terminados.
A un amigo, al que la suerte no le concedió una segunda oportunidad, a quien el destino le jugó una mala pasada anticipada, al que la vida le quito años sin previo aviso, a quien el amor no le dio la oportunidad primera.
A un amigo, que no olvidaremos.
Y juntos con él, seguiremos cantando las canciones que hay que cantar, aunque su voz ya no se oiga; y contando las historias que hay que contar, aunque sus palabras ya no se escuchen; y riendo las gracias que hay que reír, aunque la sonrisa ya no se refleje en sus labios. Y por él brindaremos, en los momentos alegres en los que hay que brindar, aunque su copa esté ya vacía.
A ese amigo, que siempre estará aunque se haya ido, porque sólo mueren los que no tienen amigos.
A una persona buena, a un hombre honrado, a un buen amigo, a Porfirio.
Antonio Blázquez
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Una Carta con destino el Cielo
Carta a mi amigo Porfirio Madrid, 20 de noviembre de 2004
Querido Porfirio:
Hace muchos años que no te escribía, desde los primeros años que estabas en Alemania y en Suiza, porque luego nos llamábamos por teléfono.
Hasta que me mandes tu nuevo número de teléfono o de lo que utilicéis por ahí, te envío esta carta a través del boletín “Amigos de Macotera”, que seguro que llegará a tus manos.
Hoy, antes de venirme a Madrid, a las 8.30, tocó la campana de la Virgen, como todas las mañanas, pero hoy no sonaba igual, sonaba distinto, sonaba como si no quisiera sonar, sin ánimo, sin ganas, como si la faltara ilusión y alegría, más bien tocaba a duelo, se la notaba triste, como si hubiera visto a la Virgen con lágrimas en los ojos o se hubiera puesto el manto de luto, con el que la visten el día de Viernes Santo, y es que la campana de la Virgen también lo sentía.
Porfi, los primeros recuerdos que tengo de ti es cuando jugábamos al fútbol los domingos después de misa de niños, tu cuadrilla de la infancia contra la mía. Jugábamos muchas veces, una vez en una era que hacía las veces de vuestro campo y otra vez en el nuestro. Como no teníamos reloj, los partidos los jugábamos al que metiera antes 4 goles, pero casi nunca los terminábamos, porque como la portería eran dos piedras, el equipo contrario siempre decía que había sido palo o que había sido alto, así que nos poníamos a discutir y se terminaba el partido.
En tu equipo jugaban los del regato, como decías, entre ellos Antonio y su hermano Cristóbal, Francisco Neguilla, Jose, Teo, Pachi, y Jose y Paulino cuando venían de Valladolid. El mío lo formábamos con chavales de la Plazuela de Santana: Gasparín, tu primo Juan Antonio, Agustín, Francisco Pondera, Alfonso Moneo, Agustín Horcajo y más de Santana.
El siguiente recuerdo que guardo de ti es cuando enterraron a tu padre. Fue el día de San Pedro, tú eras un niño, llorabas desesperado y con un pañuelo en la mano decías: “padre no te vayas”. Es un recuerdo que no se me ha borrado, y creo que ya desde este día te cogí cariño.
Pasó un tiempo, y comenzamos a formar la cuadrilla actual. Una noche pasábamos por la plaza, tú estabas en los soportales donde hoy está Caja Duero, te preguntamos que con quién ibas a hacer la limoná, dijiste que con nadie, “pues entonces vente con nosotros”, y desde ese día, de eso hace casi 40 años, nos hicimos grandes amigos toda la panda y disfrutamos mucho cuando nos juntamos todos.
Porfi, la vida ha sido dura contigo, te quedaste sin padre siendo un niño, y empezaste a trabajar muy pronto. Fuiste emigrante, al igual que muchos, pero tú muy joven, primero a Alemania después a Suiza, teniéndote que separar de tu familia, especialmente de tu madre, la Señora Teresa (dala un beso muy fuerte de mi parte). Luego venías en Navidad, y a lo mejor en San Roque. Una vez fui a esperarte a Medina, llegabas a las 3 de la mañana, y fui con tu madre y tu hermana en el coche del Sr. Peque.
Después volviste a Macotera a trabajar en la construcción, que era lo que te gustaba, y ya estabas mejor, nos veíamos con mas frecuencia, te tomabas tus vinos con el amigo Juan y merendabais juntos los sábados. Hay que ver lo que te pinchaba y hay que ver lo que te quería y te ha querido hasta el ultimo momento.
Este año 2004 no se ha portado bien con la cuadrilla: primero tuvo algún problemilla un amigo, después el padre de Pedro, en junio la operación de Isabel y poco después te tocó a ti. A ver si el 2005 nos trata mejor; de momento empezamos con dos bodas, y a ver si Antoñito nos invita a la cuarta, porque la primera fue la de Ana, la hija de Paco, y qué bien se pasó.
De lo tuyo, los amigos sabíamos que era cosa fea, yo creo que tú no te enteraste del todo, y mejor así, tenías ilusión de poner en la fachada la Virgen de la Encina, también la de volver a trabajar, y me decías que un día ibas a venir a ver al Real Madrid.
Después de pasar San Roque todos los amigos pedíamos a la Virgen de la Encina, con la que tú te llevabas muy bien, que te tuviera en cuenta y te dejara llegar al día 8 de septiembre para renovar tu mayordomía, y a la boda de la hija de Paco, que era unos días después, y te hacía mucha ilusión, y luego que pasara lo que tuviera que pasar, pero que sin que tuvieras dolores ni sufrieras. La Virgen creo que te tuvo en cuenta.
El día 18, justo cuando cumplías 52 años y 7 meses, me llamó Juan diciéndome que te habían ingresado y que estabas mal, nos pusimos en contacto todos los amigos, luego llame a tu hermana Emiliana y me dijo que era cosa de horas. Al rato me llamó otra vez Juan y con voz entrecortada me dijo: ”ya pasó”. De nuevo nos pusimos en contacto los amigos para ir a despedirte.
Tú, Porfi, ya estás en otra vida, posiblemente mejor; si es verdad lo que nos cuentan, ahí te habrás encontrado con tus padres (no se te olvide el beso a la Sra. Teresa). También estarán tus amigos de la infancia: Francisco Neguilla y Francisco el Viti y Marino y Sandín. Dalos muchos recuerdos a todos, ellos te presentaran a nuevos amigos y tú, que eres una persona muy abierta, no tardarás en hacer amigos. Pero les tienes que decir que la cuadrilla nuestra, cuando vayamos, también queremos pertenecer a tu panda, y hacer la peña contigo, no creo que haya problemas, y si no, te impones, como aquel año que decías que no entraba San Roque hasta que no llegara tu amigo Barriles de Madrid. Por suerte llegué pronto, y el santo entró antes de las seis.
A despedirte estuvimos todos los amigos, aunque Silvestre no pudo ir porque tenía guardia, cuidando a otros como mucho te cuido a ti. Asistió mucha gente, pues te quería todo el mundo; se desplazó gente de Salamanca, Valladolid, el País Vasco, Madrid y demás. No sé si tu lo verías o todavía estabas de camino, me recordó el año que hiciste de San Roque y la plaza de toros se puso en pie aplaudiéndote.
Y eso, Porfi, es todo lo que te puedo contar, pues solo hace dos días que no hablamos. Cuando me desvele o vaya con el caballo (pony según vosotros) ya te contaré más de lo que pasa por aquí, y tú me contarás cosas de ahí.
Casi se me olvida decirte que Antonio Oreja esta un poco preocupado, dice que ahora es él el mayor de la peña y que le has pasado la responsabilidad de poner orden; también me ha dicho Miguel Parleta que te ha terminado lo que le encargaste para el escudo del Madrid, dice que ha quedado muy bien y que lo va a poner en la peña.
Me dicen Isabel y los niños que te dé muchos recuerdos, también te los mando de la panda, que los veré en el puente de diciembre, te echaremos de menos y hablaremos mucho de ti.
Porfi, déjame que te dé el último consejo: Porfirio, no cambies, sé como siempre has sido, aunque te digan alguna vez, como nosotros también te decíamos: “que cabeza tienes”, no cambies, sé el mismo Porfirio en el Cielo como en la Tierra, porque así te querrán tus amigos de ahí tanto como te queremos los de aquí.
Por hoy nada más, me despido con las últimas palabras que me dijiste hace tan solo 48 horas: MUCHAS GRACIAS, UN ABRAZO.
Tu amigo:
Manuel Albarrán Hernández
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Un Canto a la Amistad
En cualquier momento. Así empezaban las conversaciones de unos amigos atormentados con la seguridad de que algo fatídico iba a suceder. Y, sin embargo, que agradable es recordar la intensidad con la que vivimos durante todo ese tiempo. Ni un solo día dejó de recibir llamadas telefónicas o visitas que le hicieron sentir que no estaba solo. Con qué alegría nos recibía y qué orgullo demostrando a todo el mundo la categoría de sus amigos. Recuerdo que, cuando su enfermedad se lo permitió, asistió a todas nuestras reuniones dejando claras sus opiniones como siempre había hecho. Ahora pienso que quería aprovechar todos los momentos intuyendo, quizá, que no le quedaban muchos.
A lo largo de aquellos meses, seguimos las incidencias de su enfermedad, asustándonos con sus altibajos y temerosos de que no fuera capaz de superarlo. Así fue pasando el tiempo, entre hospitales y vueltas a casa, cuidado y mimado por sus hermanas, quienes “aguantaron” alguna contestación destemplada propia de su temperamento.
Y llegó S. Roque, una etapa más que íbamos cubriendo. Participó en las cenas y vinos, él, siempre agua, hasta que se cansaba y le llevábamos a casa. Recuerdo cómo le miraba la gente por la calle y los comentarios que suscitaba su aspecto enfermo.
La siguiente etapa fue el día 8 de septiembre, fiesta de la Virgen de la Encina. Ésta si era la fiesta esperada por encima de todas las demás. Él era mayordomo y en la Virgen tenía puestas sus ilusiones y esperanzas. Durante el año, cuando le correspondía tocar la campana, lo hacía con entusiasmo más que como obligación. Y, cuando tuvimos ocasión, también participamos los amigos, recordando años pasados casi olvidados para todos.
Quiso que para esta fecha, una hornacina de la Virgen presidiera la fachada de su casa con dos pequeños faroles que encendía por la noche.
Recuerdo con emoción la noche antes de la fiesta. Nos juntamos todos los amigos para cenar en la cochera de Juan donde disfrutamos como nunca de estar todos juntos. Llegué tarde pero Porfirio se había preocupado de guardarme unas gambas que él había llevado.
Todo transcurrió entre bromas, alegría y muchas fotos para recordar. La magia de Capucho nos hizo pasar un rato fenomenal y terminamos bailando en la puerta con gaitas, tamboril y bombo. ¡Que feliz estaba Porfi viendo disfrutar en su fiesta a sus amigos!. Incluso él echó algún baile.
Por fin llegó el día de la Virgen; lo había conseguido. Pero no era su mejor momento. Quizá los actos religiosos de la mañana y la emoción del día aumentaron su cansancio. La procesión de la tarde por el pueblo hasta llegar a la ermita, fue una prueba muy dura para Porfirio, aunque tampoco allí se sintió solo, porque sus amigos lo arropamos para que pudiera llegar hasta el final.
Por la mañana había sido nombrado mayordomo para el año siguiente y por la tarde, cuando todo terminó, me decía:
- No ha estado mal este año, pero el que viene, cuando yo esté bueno, haremos una fiesta “soná”. Yo, mirándole, asentía.
Los días fueron pasando y sus fuerzas disminuyendo. Llegaron las ferias de Salamanca y como era costumbre de años anteriores, Juan me pidió que sacara entradas para ir a los toros. Nos pareció que para Porfirio sería duro aguantar las incomodidades de la plaza, por lo que sólo saqué dos entradas. Cuando supo que nosotros nos íbamos, pregunto que por qué no había entrada para él, así que yo le di mi entrada para que fuera con Juan a disfrutar del mano a mano del Capea y el Gallo.
Fue, quizá el último momento que disfrutó porque a partir de ahí se fue apagando hasta que llegó el día que se rindió.
Lo ingresaron en los Montalvos y a las pocas horas falleció. Tuve la suerte de acompañarlo la última tarde con sus hermanas María, Emiliana y su cuñado Joaquín.
Trasladado al tanatorio de Macotera esa misma noche, fue enterrado al día siguiente “a las cinco de la tarde”. Por última vez sus amigos lo acompañamos y lo llevamos a hombros. Allí estaban, como siempre, Antonio Oreja, Paulino Frailón, Manolo Barriles, Jose Ñurrines, Pachi, Juan, Antonio, Miguel Parleta, Silvestre y un servidor.
Paco Gumersindo